jueves, 5 de enero de 2017

Negra Navidad


Sobre la proximidad de sus cuerpos planea ajeno, el desafecto. Vínculo nimio, ante la pieza clave de un repudio irreversible: la muerte.

A través de la ventana, desdibujadas por la lluvia, acechan las luces. Adornando las calles, cumpliendo indiferentes, con el único propósito de felicitar la Navidad en hechura de guirnalda.

Entretanto, las lágrimas humedecen el rostro del hombre. Rememora el acto cobarde cuyo desenlace inevitable lo sume en soledad obligada. Por un instante; su corazón se colma con todos sus besos, caricias y sueños pretéritos. Pero tan sólo el tiempo exacto en el que el segundero de un reloj altera su posición. Infiriendo en una paz traidora.

Indiferente a la no simple unidad del todo, ella. Yace junto a quien un día la amó, bajo el yugo de la ignorancia impuesta. Perdido ya su aliento; malgasta ahora impotente su calor, disperso por la estancia.

Exhausta por el día álgido, la chimenea, agoniza en su anhelo de descanso, inactividad y muerte. Siente celos de aquella mujer acostada en su lecho, despojada de todo calor.

Por fin la última llama se ahoga con él; su mano se precipita en el vacío, esa que sirvió de detonante; llueven pastillas y rebotan por la alfombra. 

Ahora todos duermen al calor de la chimenea, por siempre y hasta nunca.


F  i  n




jueves, 5 de mayo de 2011

La gran puerta de Shalom


El aprendiz pidió al maestro sabiduría. El maestro acostumbrado al afán de aprendizaje de aquel pequeño, le ordeno ir a la puerta de Shalom, le dijo que al abrirla encontraría conocimiento.
Desilusionado ante la respuesta del maestro, se encaminó por los largos pasillos hasta el gran patio, lo cruzó y llegó a la gran puerta de Shalom. Al aproximarse a ella algo lo detuvo, algo invisible, una gran fuerza impedía su avance, apenas le separaban unos metros, pero por más que intentase llegar no lo conseguía, parecía haber un muro invisible. Abatido, el muchacho se dio la vuelta y miró al maestro que sigilosamente lo había seguido.

-Maestro no logro alcanzar la puerta. -Le dijo claramente apenado.
-Lo sé, pero ante ti no hay nada que te lo impida. -Contestó el maestro.
-Hay algo Maestro, alguna fuerza me impide llegar.
-Sólo tu mente impide que consigas tu objetivo.
-Pero maestro no puedo, me ordenaste que la abriera para obtener conocimiento y sabiduría, pero no puedo.
-Si puedes, basta con que lo desees por ti mismo, no porque yo te lo haya ordenado.
-Yo quiero hacerlo pero no puedo.
-Si puedes, el problema es tu actitud, no deseas abrirla, solo estas cumpliendo con una orden que te ha sido impuesta. ¿Deseas realmente llegar a la puerta?
-Si.- Dijo el muchacho.
-Entonces este será tu ejercicio para hoy, cuando estés realmente preparado conseguirás abrirla.

El maestro se marchó dejando al aprendiz allí solo ante su reto.

Tras varias horas pensando el joven entendió, sin hacer nada más, dio dos pasos y abrió la gran puerta de Shalom, tras lo cual entendió que para conseguir algo hay que creer en ello.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Un solitario paseo


Al caminar entre las tumbas, sintió una mezcla de miedo, respeto y curiosidad, se preguntó como estarían de descompuestos sus ocupantes, se paró ante un nicho de mármol negro, reconociendo a quien desde la foto le miraba. Había conocido a esa persona tiempo atrás, de hecho estuvieron juntos muchos años.
Un sonido seco le hizo girar la cabeza, asustado, vio una sepultura abierta, se acercó con cautela, temblando de miedo y sin poder evitarlo miró dentro. Se sintió ligeramente aliviado al ver el ataúd intacto y pensó que quien allí estuviese tumbado no podría moverse.
Conocedor de que su presencia turbaba la paz que allí reinaba, debía darse prisa en salir pues podría ser descubierto, nadie aprobaría lo que acababa de hacer, de nuevo volvió a escuchar el golpe seco y siniestro. Aterrado escrutó alrededor en busca de su origen, temiendo lo peor,  por fin pudo ver de dónde provenía.
Una rama seca colgaba de un árbol y la suave brisa la movía haciéndola golpear contra un contenedor de metal. Sobre el contenedor contiguo vio a un gato negro que lo vigilaba silenciosamente, sus ojos acusadores se clavados en él, le pusieron muy nervioso. Era el único testigo de su presencia,  pensando esto aceleró su paso hacia la salida, no tardarían en abrir las puertas de acceso al cementerio.
En su huida, pasó junto a muchos nichos, apilados de cuatro en cuatro, sintió clavadas en él las miradas de decenas de difuntos, esas miradas le infundían temor, siniestras y acusadoras, desaprobaban su acción, inmerso en éste pensamiento tropezó y cayó al suelo.  Tumbado sobre la tierra, sintió la presencia de los miles de muertos, queriendo retenerlo en aquel lugar. Aterrorizado se incorporó y salió corriendo.
Sin obstáculo alguno, salvo su mente, llegó a la puerta pensando que cientos de cuerpos sin vida habían salido de sus tumbas para apoderarse de él,  antes de salir se giró y por fin se tranquilizó al comprobar que ninguno de aquellos cuerpos habían estaban fuera de sus tumbas, bueno sólo uno pensó mientras sonreirá, pero de ese no tenía porque preocuparse.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Quimera

El más autentico silencio solamente es interrumpido por algún que otro pajarillo, cantando alegremente. Ocultos en los arboles, de vez en cuando se dejan ver planeando por el cielo azul, dos grandes montañas recortan esa inmensidad celeste, transformando el color en marrón grisáceo, una a cada lado de su campo visual. En el centro, un bosque, verde, perfecto, una serpenteante senda lo divide en dos, como si una espina dorsal fuese.

Sentada en una gran roca, observa con los ojos y el alma aquel paisaje, a sus pies, un precioso campo de amapolas tiñe la parte baja de la estampa de verde y rojo, dando la impresión de ser una gran alfombra. Aquella visión le parece irreal. Es como un cuadro, -piensa- un precioso cuadro.

Pero no lo es, no es un cuadro, maravillada, contempla las violáceas antenas y los pétalos carmesí de las flores más cercanas. Una suave brisa juguetea con ellas dándoles vida. Puede percibir el olor de los pinos que se entremezcla levemente con el de las amapolas, y puede respirarlo, respira paz y armonía

Aquel sitio le encanta, va siempre para evadirse de la rutina diaria, del estrés laboral y continuo a la que su vida le obliga a padecer. El aire puro y limpio la relaja.

Ese estado la lleva a recordar que le gustaría vivir en el campo, tener una pequeña casita, sin ruidos, humos, ni agobios. Tendría su huertecito y plantaría tomates, lechugas, zanahorias, berenjenas, pepinos, cebollas, pimientos, ah y tomates muchos tomates. Ahora le viene a la mente su sabor y el olor de las tomateras recién regadas, como añora su niñez, recuerda la casa del pueblo de sus abuelos, en la que todo era tan natural y había tan poco de la vida que ahora tiene y no quisiera siquiera haber conocido…

La miel, dulce, como su abuela, clara, también. El recuerdo es tan intenso que una lágrima recorre su mejilla sin apenas darse cuenta. Solo le queda la nostalgia de aquellos días tan felices, ahora tiene ese lugar que aunque sin ser suyo le pertenece, es su rinconcito, su pasión lo ha hecho suyo, su necesidad de búsqueda de evasión. Si no pudiera venir aquí me volvería loca. Sospecha.

Sin darse cuenta de ello seca el riachuelo de su mejilla, y con los ojos brillosos contempla de nuevo el cielo, pero de repente un silbido fuera de lugar llama su atención, los pinos se convierten en botellas, la roca se transforma en un taburete, el campo de amapolas en una grande y fría pieza metálica en la que se descubre apoyada. El silencio en barullo de gentío, apura su café, mira el reloj que hay colgado en la pared y descubre que llega tarde. La paz de su alma se convierte en desasosiego y pánico. Sale corriendo hacia el trabajo, al pasar por la puerta deja allí en aquel bar un último pensamiento: mañana cruzaré el bosque…

La niña

Relato finalista en el II Certamen literario "Sol Mestizo"

Publicado


Contrastes, grandes contrastes, es de lo que está hecho el ser humano, ni agua, ni huesos, ni músculos ni cerebro, solo contrastes, odio, rencor, envidias y desigualdad.

En mi viaje a los territorios ocupados por Israel vi confirmada mi teoría. Una mañana al salir del hotel, al otro lado de la calle vi a una niña muy guapa, que me sonrió al verme, entre los brazos llevaba una muñeca de trapo tan sucia como su vestido blanco que había perdido aquel color hacia tiempo ya. Pretendía cruzar la calle pero por el momento varios tanques enormes se lo impedían, sin embargo su sonrisa era inmutable, la gran polvareda que levantaron aquellos monstruos de metal me impedía distinguirla, para cuando terminaron de pasar los últimos jeeps la niña apareció entre esa niebla de polvo como si nada, como si aquello fuese lo más normal del mundo. El corazón se me encogió ante ese pensamiento.

-Buenos días. – Me dijo la jovencita de unos ocho años.

-Hola guapa. –Le conteste asombrado.

Siguió su camino como si nada hubiese pasado, hablando a su muñeca sobre lo que iba a hacerle para comer. Decidí seguirla maravillado por aquella personita en la que nadie se fijaba.

Caminaba sin aparente rumbo fijo, deteniéndose ante lo que llamaba su atención y cambiando de dirección bajo la misma consigna. Durante unos minutos anduvo por la calle pero al encontrar una casa derruida se detuvo, ojeándola con detenimiento. Hice lo mismo, pero nada llamó mi atención, solo había escombros. Al volver a mirarla, vi que estaba sobre los escombros rebuscando en ellos, tras unos segundos encontró algo, al principio no distinguí bien lo que era, la muchacha entonces hizo algo con aquel objeto y la muñeca y entonces vi que lo que había encontrado era un vestidito y se lo estaba poniendo a la muñeca. Salió de los escombros y comenzó a caminar de nuevo, giró en una calle muy transitada y allí la perdí.

A la mañana siguiente al salir de nuevo del hotel, volví a encontrármela en el mismo lugar, con el mismo vestido y con la misma muñeca, esta vez con vestido, además de esta diferencia con respecto al día anterior, no hubo tanques y esta vez la muchacha pasó sin tener que esperar, la sonrisa en sus labios era la misma, volvió a saludarme y se encaminó hacia el mismo lugar que el día anterior. Decidí seguirla de nuevo, y otra vez se detuvo en aquellos escombros, rebuscó y rebuscó hasta que encontró un diminuto peine, se sentó y comenzó a peinar a su inseparable muñeca, me acerque y mientras lo hacia oí como la niña le decía a su juguete:

-Vas a ver qué guapa vas a estar.

La muchacha no me oyó llegar pero al sentarme a su lado, levantó la mirada y me sonrió.

-¿Cómo se llama tu muñeca?

-Se llama Alha. –Me contestó amablemente.

-Es muy bonita. –Le dije.

-Gracias, pero está fea, y tengo que ponerla guapa.

En ese momento, el paso de varios enormes tanques silenció nuestra conversación, dejamos de hablar y los contemplamos, para mi aquellos fríos y enormes trozos de metal solo representaban destrucción y muerte, pero para la niña eran invisibles, supongo que estaba tan acostumbrada a ellos como a un vehículo normal.

Pero mientras pensaba esto, la niña se levantó recogió algo del suelo y lo lanzo hacia el último de los tanques, acertando de lleno en su parte trasera, enorme fué mi asombro ante aquella reacción tan inesperada como violenta, vi como uno de los soldados que viajaban en lo alto de aquella mole se giraba, a una voz el tanque se detuvo, me incorporé asustado por la vida de la niña y de la mía propia, si malo era verlos pasar, peor era verlos detenerse, la niña desafiante comenzó a insultar a sus ocupantes. La imagen era impresionante y surrealista, aquella muchachita, gritando y alzando los brazos, vociferando ante una mole de metal cuatro veces más alta que ella, y sabe dios cuantos quilos más podría pesar aquello, con varios soldados sobre aquel metálico monstruo, armados hasta los dientes, a tan solo metro y medio de ella Entonces comencé a gritar también, pero a la muchacha, no podía dejarla que hiciese aquello, no sabía lo que podían llegar a hacerle, pero cuando uno de los soldados bajó del tanque, la muchacha salió corriendo, y se perdió por las calles más cercanas.

Aliviado por verla huir, temí entonces por mi vida, a veces los extranjeros no somos bien recibidos en algunos sitios y si quien tienes delante, lleva armas, puede ser que piense que no necesita oír tus palabras. Pero el soldado decidió que no tenía nada en contra mío, y volvió a subir al tanque, se puso en marcha y no dejé de temblar hasta verlo desaparecer. Cuando me disponía a irme de allí, la niña apareció de nuevo, otra vez con su sonrisa, se dirigió de nuevo a los escombros donde yo todavía estaba, se sentó en el mismo sito, y con aquel diminuto peine, como si nada hubiese pasado, siguió acicalando a su muñeca.

-Pequeña no deberías estar aquí. –Empecé a decirle.

-A mí me gusta.

-Pero es peligroso, deberías irte a casa.

Entonces la niña dejó de peinar a la muñeca, levanto la cabeza, me miró fijamente y muy seria me dijo:

-Esta es mi casa.

martes, 28 de diciembre de 2010

Asesino

2º premio en el X Concurso de relato corto ArteJoven de Loja
Coautora Lucía López Romero

Durante un año anduvo siguiéndolo, fue muy constante, saldar su deuda de doscientos mil euros merecía la pena, dejó el trabajo, abandonó a su familia, e hizo de ese desconocido su obsesión. En ese tiempo se convirtió en su sombra, apuntó cada detalle, cada paso que daba, descripciones de las personas con las que hablaba, cada sitio donde entraba y cuánto tiempo pasaba allí, anotaba la hora exacta de cada detalle, qué compraba, leía, miraba, usaba, tocaba. Transcurrido ese tiempo estaba seguro de poder hacerlo, conocía sus rutinas, sus horarios, había sido él, ya pensaba como él. Ya podía matarlo.

Entonces, conociendo todos sus movimientos comenzó a planear la forma de hacerlo, para ser la primera vez, no le resulto difícil ya que conocía cada detalle de la vida de su víctima y estaba dispuesto. Sobre el calendario clavado en el corcho de su “despacho”, rodeó con rotulador rojo una fecha, el veintitrés de septiembre, ese sería el día, había conseguido el disfraz de cartero, se haría pasar por él llevándole una carta certificada, si, lo mataría en su propia casa, su esposa y sus hijas no estarían desde las diez hasta las doce, y su objetivo nunca salía antes de las doce y media, siempre por el garaje, había tiempo de sobra para el encargo.

Pero durante ese año una pregunta insistía en aparecer una y otra vez incomodándole, ¿por qué una persona pagaría tanto dinero para hacer desaparecer a otra? Había sido testigo de primera fila en la vida de ese hombre durante doce meses, desconocía su vida anterior, pero no parecía nadie malvado, ni había nada en él que le hiciera sospechar que tuviera enemigos. De todas formas había aceptado el trabajo y el fin justificaba los medios.

Llegado el día anterior, las dudas le llevaron a un estado de inseguridad y miedo con el que no contaba. Todo estaba dispuesto, pero el sentimiento de culpa lo atormentaba, con sus propias manos le iba a quitar la vida a una persona y su única motivación era económica. El dinero era una tentación muy fuerte pero no tenía nada en contra de ese hombre.

Pasó el día caminando por la ciudad, sin rumbo fijo, deambuló por lugares desconocidos sin ni siquiera darse cuenta, en su mente no dejaba de aparecer la palabra porqué. A las doce del medio día entró en un bar, pidió un refresco y algo de comida, no tenía hambre, se obligó a comer pero le fue imposible. Salió del bar y decidió meterse en un cine para evadirse por un rato del tormento que él mismo había creado. Eligió la película al azar, compró la entrada, entró en la sala y al sentarse vio al hombre que debía matar, tres filas más abajo. Estaba acompañado por una desconocida, le susurraba cosas al oído y la besaba en la mejilla febrilmente, pero no podía ser él, no tenía ninguna amante y a esa mujer no la había visto jamás. Sabía que un año no era suficiente tiempo para conocer a todos sus familiares y amigos. Al observarlo con detenimiento advirtió que no se trataba del mismo hombre sino una más de sus paranoias.

La película pasó ante sus ojos sin provocarle ninguna emoción, no porque fuese mala sino por la inmersión mental a la que estaba sometido. En esas dos horas, estuvo creando y viendo su propia película. Él era el protagonista de una macabra historia en la que se veía obligado por su situación económica a llevar a cabo la difícil tarea de asesinar a una persona que ni siquiera conocía. La película se terminó de repente con la llamada de atención del acomodador que le pedía insistentemente que abandonara la sala, que ya había salido todo el mundo.

Salió del cine más consternado que cuando entró, en lugar de servirle de evasión le había sumergido más aún en la alcantarilla de su agonía. Se dio cuenta de que no sabía donde se hallaba, caminó hasta encontrar una calle conocida y desde allí continuó a pie hasta casa. Intentó ver la televisión pero nada le ayudaba a olvidarse de lo que debía hacer al día siguiente. Los nervios en su estómago no le dejaron cenar nada, en un intento por evadirse, estuvo ojeando libros y revistas. Más tarde deambuló por aquel apartamento de alquiler que se había convertido más que en su casa, en el oscuro refugio de su obsesión, desde que su mujer lo echara. Ordenó estanterías, limpió los restos de comida rápida que había por todo el suelo y estuvo largo rato frente al calendario mirándolo hipnotizado. A la una decidió acostarse, pero el corazón le latía tan fuerte que no le dejaba relajarse un instante.

A las tres de la mañana se incorporó, le había sido imposible incluso cerrar los ojos. Mentalmente visualizó cada día pasado tras su víctima, en especial las escenas en las que aparecían sus hijas y esposa, se les veía tan felices, ¿cómo iba a ser capaz de romper eso? A las seis se acercó a la cocina, intentó comer algo, pero no pudo, su mente era un mar de dudas, ¿podría vivir el resto de su vida sabiendo que había cometido un acto tan cruel? Esa incertidumbre lo estaba volviendo loco.

Empezó a repasar el plan para tratar de enfriar su mente, a las diez y treinta y cinco tocaría a su puerta y se presentaría como el cartero. Le pediría que le firmara el recibo y le ofrecería a su víctima un bolígrafo sin tinta, entonces cuando el hombre se volviese a buscar uno, lo golpearía, lo tiraría al suelo para así tener tiempo de cerrar la puerta, conseguido esto solo le separaba de su meta la vida de un hombre. Debería golpearlo con saña, hasta estar seguro de que no quedaba ni un atisbo de vida en aquel cuerpo. Mientras hacía ésto, pensaría en todos los problemas que aquel dinero borraría de su vida. El último paso sería desordenar la casa para que pareciese un robo.

Pensando en ello se quedó dormido sobre la mesa de la cocina, con las galletas que había intentado comer y el reloj digital que se había traído del dormitorio.

Lo despertó el timbre de la puerta, en un primer momento no recordaba donde estaba pero enseguida cayó en la cuenta de que se había quedado dormido y comenzó a ponerse nervioso. Cogió el reloj sin mirarlo y fue a abrir, al preguntar quien llamaba miró el reloj, sus ojos se inyectaron en sangre por la velocidad que su corazón empezó a desarrollar, a la vez que veía que el reloj marcaba las diez y treinta y cinco, al otro lado de la puerta oyó decir “Soy el cartero, traigo una carta para usted”